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El clavo

El clavo saliente de la pared le ponía extremadamente nervioso. Desearía tener entre sus manos un gran martillo, una de esas mazas que hay en las ferias, para golpearlo y que atravesara la pared quedando para siemprefuera de su alcance. Pero, por más que se imaginaba a sí mismo golpeando aquel pequeño clavo con todas sus fuerzas, seguía asomándose inquieto a través de la pared. Los clavos no se mueven con el poder de la mente,claro, y aquel no iba a ser una excepción. Pero Martín lo miraba con cara amenazante: los labios muy apretados, los ojos arrugados y las cejas encrespadas. Lo señalaba con el dedo acusadoramente, como diciéndole: “Maldito clavo, ¿Quieres decirme qué narices estás haciendo ahí?” el pobre clavo seguía inmóvil en la pared, totalmente intimidado; él no había elegido su destino. Por si tener un clavo medio salido en la pared justo encima de su cabeza no era problema ya más que suficiente, Martín comenzó a escuchar por encima del silencio del dormitorio un tic-tac.No uno cualquiera, sino el tic-tac de su reloj despertador. El mismo que compró confiadamente, otorgándole la labor de despertarlo cada mañana, aquel mínimo reloj despertador color rojo, que había colocado en su mesilla de noche con gran entusiasmo, como quien coloca un precioso ramo de flores. Aquel traidor reloj despertador sonaba por encima del silencio, rebotando en el clavo salido de la pared. Martín notaba cómo un infarto iba bajando a borbotones por su garganta, su respiración potente no lograba tapar el horrendo tic-tac del reloj despertador y, por más que cerraba los ojos, seguía viendo el clavo como si estuviese hecho de un material fluorescente. ¿Qué debía hacer ahora? Martín se imaginaba yendo a la consulta de un psicoanalista, explicándole tristemente que tenía un clavo mal puesto encima del cabecero de su cama, que su precioso reloj despertador color rojo recién estrenado, hacía un ruido infernal. Se imaginaba a sí mismo sollozando con las manos en la cara, arrodillado en el suelo, implorando a dioses y vírgenes. Entonces, no sabía por qué, se imaginaba al psicoanalista ajustándose unas gafas minúsculas en la punta de la nariz, con una corbata azul y escribiendo en una libreta con su estilográfica de tinta verde. Lo volvía a imaginar tosiendo desde el pulmón, preguntándole muy serio si aquel era realmente su problema. Sumido en la desgracia del momento, Martín supuso que le hubiese contestado que sí. Después de una
última anotación, el psicoanalista inventado le respondió “Entonces está usted más que loco, caballero” ¡Ni siquiera las creaciones de su mente podían dar a Martín un poco de paz interior! ¿Sería el estrés de la nueva ciudad? ¿realmente estaba exagerando? Volvió a mirar el clavo y propuso resuelto que no. No era una exageración: aquel clavo había aparecido allí para amargarle la existencia.
No es que no pudiese dormir porque la echara de menos a ella; no es que no pudiese dormir porque se sintiera solo, lejos de casa y culpable por haber huido tras recibir un no por respuesta; no es que no pudiese dormir porque sabía que no tenía a nadie a quién repetir incansable que se estaba enamorando… lo que realmente no le dejaba dormir, la única razón posible de su insomnio, era el clavo. Se levantó de un salto, y diciendo: “me has fallado amigo” arrojó el reloj despertador color rojo por la ventana. Después se marchó al salón para no ver el clavito encima de su cabeza y, por fin, antes de caer rendido por el sueño, se le pasó un último pensamiento: “Mañana colgaré un cuadro”.

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