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La Rebelión

Ahí estaba él otra vez, como cada noche, suplicándole a las nieblas que le dejaran dormir y otra vez que no querían. Así que pasaba de una en una viejas fotografías que le reñían bruscamente, que le devolvían recuerdos, que le traían fantasmas; pero aún así no dejaba de mirarlas. Un poco harto de estar envuelto en tanta melancolía, caminó silencioso por el pasillo hasta la cocina. Allí abrió la nevera, en busca de su botella de leche. Cuando estaba dispuesto a darle un buen sorbo a morro, se sorprendió al escuchar que su nevera también le reñía:
- ¿No te da vergüenza beber la leche a morro?
- Ninguna -contestó él tranquilamente. –Es la suerte de vivir más solo que la una, querida.
- A eso me refiero precisamente, Antonio, que ya está bien de ser tan solitario, ¿no te parece que deberías buscarte algo de compañía?
- ¿Y tú no crees que deberías dedicarte a tus labores como nevera y dejarme en paz? Enfriar la leche es tu trabajo, tampoco creo que te pida tanto.
- Pero no te das cuenta… estoy medio vacía, sólo albergo aquí comida para media persona, eso, para mí, primera de mi promoción, es bajar de categoría. Tengo demasiada capacidad para desperdiciarla de esta forma.

Antonio cerró la puerta de la nevera y se dio media vuelta, a su espalda ésta volvió a decir:
- Pero, por favor, escúchame, ¿y ahora a dónde vas?
- Para charlas morales prefiero que me hable la Biblia.

Se dirigió con paso decidido hacia el salón y se quedó mirando la gran Biblia que jamás había abierto, la que le regaló su madre cuando se fue de casa y que estaba acumulando polvo en un estante, encima del televisor. Aunque Antonio quiso iniciar conversación con el sagrado libro, no halló respuesta: la Biblia estaba durmiendo, cosa que a él le hubiese gustado conseguir.
Para calmar un poco su enfado con la nevera, hizo un amago de encender la televisión, pero ésta estaba en huelga:
- ¿Y tú por qué no te enciendes?
- Estoy harta Antoñito –contestó –no voy a volver a encenderme de madrugada, para ofrecerte esas películas porno de tan mal gusto, ni los avances de las noticias de mañana, ni las repeticiones de las galas de la Primera.
- Anda por favor… no puedo dormir ¿qué quieres que haga?
- Quiero que puedas dormir, lo hago por ti. Podrías, si no estuvieses tan solo en la cama…

Antonio le tiró un cojín a la televisión, ella se quejó, pero se quedó callada. Bastante sulfurado cogió un cigarrillo de su pitillera y lo encendió con prisa. Cual fue su sorpresa al ver que el cigarrillo se retorcía y asomaba unos ojillos encendidos desde la llama, diciendo:
- Deberías dejar de fumar, yo mato y además pongo los dientes amarillos, eso es muy poco atractivo para las mujeres Antonio –el cigarrillo guiñó uno de sus ojos de ceniza.
- ¡Ya está bien! –gritó Antonio –estoy más que harto de todos vosotros, ¿vivo solo o con electrodomésticos endemoniados?
- Perdona, si quieres generalizar por el enfado me parece bien, pero quiero que recuerdes que yo estoy hecho de tabaco, Fortuna, nada menos –corrigió el cigarrillo.

Antonio, desesperado, se marchó de su casa y se dirigió al parque. Se sorprendió al encontrar sentada en un banco a una mujer, de unos treinta años, mal vestida y con el pelo enmarañado, mirando pasar las nieblas que a él no le permitían dormir.
- Buenas noches –saludó cortés.
- Buenas noches –le respondió ella.

Se sentó a su lado y siguió hablando:
- ¿Qué hace usted sola a estas horas en el parque? Tendría que ser más prudente, podría pasarle cualquier cosa.
- Créame que aquí estoy más segura que en casa. ¿Y usted por qué está aquí?
- Pues, va a pensar que estoy medio loco, pero todo ha sido culpa de mi nevera, que empezó a reñirme por beber la leche a morro…
- ¿Ah si? Mi ordenador se ha revelado contra mí, ha dicho que por mucho insomnio que tuviera ésas no eran horas de ponerse a escribir un relato. Y si eso le parece poco, no quiero ni contarle cómo ha empezado a escupirme folios la impresora…

Antonio sonrió. Ella le ofreció un cigarrillo y él dijo:
- Voy a dejar de fumar, debería usted hacer lo mismo, el Fortuna se ha vuelto muy prepotente.

2 comentarios

tio-antonio -

Debe ser un acuerdo sindical. A mí el ordenador se me rebela muy a menudo y no me lee los cds. Pueden ser virus, por supuesto, pero también puede ser que como lo usamos 2 personas (mi sobrino y yo) se quede mucho tiempo encendido y acabe cabreándose.

Anónimo -

Cielín, rebelión con b.
Ya lo leí y sabes que me gustó.
Haz lo de meter fotos, que no sabes lo cuco que queda.