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lashojasdelcalendario

La venganza

Elena había atado cuidadosamente al médico a la camilla, de brazos y piernas, mientras le colocaba una tira de cinta aislante en la boca, para que no gritara. “¿Me recuerda?”, le había preguntado anteriormente. El médico, aterrorizado, no le recordaba. “¿A usted le gusta investigar a sus pacientes muy a fondo, verdad? Incluso por debajo de la falda ¿no?, ¿No me recuerda ahora?”. El médico, atado y amordazado, negaba con la cabeza. Elena sacó de su mochila la espada japonesa que acababa de comprar. El doctor se estremecía entre las cuerdas, sin poder librarse. Ella pasó la hoja de su espada por el cuello del amordazado, mientras a éste se le resbalaban lágrimas por los carrillos.
- ¿Ahora llora? –dijo ella –debería haberlo pensado antes de hacerlo, ¿no cree?. A veces el destino nos juega malas pasadas ¿verdad?, quién le iba a decir que yo volvería –rió –Tranquilo, mi padre solía decirme que la muerte no es más que un paso de la vida. Sería menos doloroso si no hubiese sido yo la encargada, pero eso no puede elegirlo usted.
La hoja de aquella espada acariciaba suavemente cada parte del cuerpo del médico, mientras él gemía casi sin fuerzas. Sin pensárselo dos veces, Elena traspasó la garganta de aquel hombre y dejó allí clavada su espada samurai. Sin quitarse los guantes, salió de la consulta y atravesó toda la clínica hasta la puerta de la calle. Se despidió de las enfermeras que paseaban por allí y por fin salió sin el menor resquicio de nerviosismo. Pablo le esperaba en la calle. Se miraron sin decir nada y caminaron juntos hasta el metro.

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