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Mundo

Para mi mono.

Ya me has obligado a apagar las luces de nuestro mundo, a cerrar las puertas y ventanas con llave. Nos merecemos que se quede ahí, aunque sea vacío, aunque no vayamos a usarlo más. Tiraré las llaves al mar si es lo que quieres y prometo no decirle a nadie la dirección exacta, para que ni siquiera puedan verlo desde afuera. Compartiremos otros mundos con otra gente, nos visitaremos en otros planetas, con la sensación de que ya nada nos pertenece, de que nada es nuestro. Ya echo de menos el sillón de mimbre junto a la hoguera, la estantería llena de libros y el café con leche a las cinco y media. Pero en la vida dos meses, dos segundos, dos minutos o dos años, son lo mismo. Basta con abrir los ojitos a tiempo, para saber que no nos hacen falta culpables, sino respuestas, explicaciones y soluciones.
Sinceramente, a mí esto me parece excesivo. Siempre habíamos sido tú, yo y el resto del mundo. Ahora son ellos y un vacío. Mil cosas que contar y una persona que no las sabe. Tonterías absurdas que no hacen gracia, si no se dicen en nuestro mundo. Si se sacan de ahí no tienen ningún sentido. Los amores se olvidan siempre, tarde o temprano, pero los amigos no. Los mundos exclusivos no se olvidan. A los confidentes singulares se les tiene siempre en cuenta.
Es ver nuestro mundo vacío y en sombra, cerrado con llave, lo que me lleva a pensar que en algo nos hemos equivocado. Que no puede ser ni tan negro ni tan blanco, que nada es definitivo con veinte años. Y entonces me interrogo y me digo la verdad. Eso es duro, créeme, darse cuenta de que te engañas, cuando odias tanto las mentiras. De que disfrazas cuando lo estás viendo claro.
Hay personas a las que no les resulta nada fácil decir qué piensan y sienten, pero a mí me resulta imposible. Aún así contigo lo hago siempre y creo que me merezco un gallifante por eso. Piensa que la paciencia es una sagrada virtud y que por la que tienes con servidora irás al reino de los cielos. Sinceramente: creo que jamás dejaremos de pelearnos, porque es nuestra forma de querernos y además, somos así de raros. Por eso, te recuerdo, decidimos construir nuestro propio mundo, en el que el café es cagada de mono y mamá Nöel una hija de puta.
Estos días han sido como el despertar de un sueño profundo, en el que llegué a pensar que por ti iba a darlo todo... y ahora me rio al recordarlo. No sé en qué tipo de cárcel cerebral he estado presa (intentaré explicartelo más adelante) seguramente me hubiese ayudado ser más claros en ciertas cosas, pero ahora ya da igual. Honestamente, me siento como nueva, me siento bien y, por una vez, muy segura de las cosas. Oh vaya, ¡Qué bonito es tener el control de la mente! Sabes que se me han juntado mil cosas en la cabeza, bastante complicadas y todas se han acumulado disfrazándose en un mismo asunto, recayendo, por defecto, la culpa en ti y en mí. En este momento estoy feliz, muy contenta, de verdad. No sé que ha pasado estos días o que no ha pasado, para ver las cosas desde esta perspectiva maravillosa. (Escribir me ha ayudado mucho)
No me ha hecho falta ningún ejercicio nuevo, ningún tipo de ayuda como yo creía, al final lo he resuelto yo sola. Es... ¡un milagro! ¡Soy capaz! Puedo hacerlo yo sola, lo he conseguido una vez, puedo hacerlo con todo, soy mi dueña y señora, soy... feliz.
Y tú, mono, peludo y piojoso monillo, eres mi amigo y lo vas a ser siempre. Es hoy, es ahora, en mitad de nuestra peor crisis, cuando estoy totalmente segura de esto. De esto y de que te quiero un montón: para seguir peleándonos, para contarte mi vida, para que me cuentes la tuya, para poner a parir a nuestras parejas respectivas, para que me soporte y te soporte, para toda la vida.
Una puerta de nuestro mundo está abierta. Yo te espero dentro, que afuera llueve.
Besos.

El cuento sin final

Para Adri, por ser un pobre desgraciado y escucharme los lamentos durante horas. (Te quiero)

Recuerdo cómo hace tiempo, decidí escribirte mi cuento sin final. El cuento que nunca iba a acabarse; que terminaba siempre con un párrafo, con una mirada tuya y volvía a empezar en cada palabra, con un gesto. El cuento que daba vueltas e iba cambiando sin avisar, que me hacía a veces más fuerte, que me golpeaba y me hacía daño otras muchas. Recuerdo las historias de las noches en vela, de los perros sin licencia para morder, de las lunas nuevas, de los días de lluvia, de las tardes sin sombra. Los cuentos de las mantas gordas, de los colchones partidos, de las sonrisas a medias, de las tazas de café con dedicatoria, de “voy a coger éste avión para olvidarte”. De los teléfonos apagados, de la nieve, de la señora mayor que cruza el paso de cebra, de las ciudades extrañas, de los ojos llorosos, de las manos heladas, de los corazones en cajitas de cartón. Y después de todo, no sé. El cuento de “nunca dejaré de amarte” se acabó de forma extraña. Se giró, se dio media vuelta y se fue sin decir nada. No sé por qué esperaba que mi cuento sin final terminase de otra forma. Así lo acabaste tú, pero por los siglos de los siglos estoy sentada en Vázquez de Mella y sigo esperándote. Por eso quizá creía que me darías opción a escribir yo misma el final de esta historia, que podría al menos terminar este cuento, tecleando, simplemente, un adiós.

Aniversario

He visto un documental sobre la Cacatúa Negra Lustrosa. Es una especie en peligro de extinción, sólo quedan doscientos cincuenta ejemplares en la Isla de los Canguros.
En la panadería de mi calle, la señora ha subido trece céntimos la barra de pan porque le ha venido en gana y en la bollería, a eso de las diez, ya no les quedaban suizos.
Aunque estamos en Octubre, hoy hace mucho calor y corre un aire que abrasa especialmente si te roza descuidado la cara.
¿Estupideces? Quizá. Son las que tengo que pensar para olvidar que hoy, ni más ni menos, hace un año que dejaste que te besara por primera vez.

Siete noches, siete estrellas

Voy a hacer como que ésta es la primera noche que cuento estrellas en tu nombre. Fingiré que no deseo verte, que no quiero que estés aquí. Voy a hacer como que no pretendo que te duermas y despiertes dentro de diez años, cuando ya no me importes. Me inventaré que no persigo que, llegado ése momento, me eches de menos y decidas arrepentirte de no haberme tenido. Negaré que me interese que te des cuenta entonces, de que por ti entregué todos mis insomnios, mis sueños, mi tiempo libre, mis viajes, mis ojos; mi sonrisa, la alegría, las ganas de todo, los paisajes que vi y las cosas que aprendí; los ríos, las montañas, los desvelos, los duendes y las hadas. Fingiré que no espero que comprendas que te quise por encima de todas las nubes y las musas, por encima de mi existencia propia.
Voy a hacer que ésta es la primera noche que cuento estrellas en tu nombre. Aunque ya vayan siete y siete estrellas cada vez, pidiendo a cada una el mismo deseo. Me inventaré hoy mismo en otra ciudad y tendré otros recuerdos. Haré como que no existes, fabricándome castillos de papel de plata. Obviaré que tú eres la única medicina capaz de curar mis desvelos. Construiré en mis pensamientos anchas mansiones abandonadas, arañas de poco pelo y unas cuantas flores rojas para olvidarte.
Cuando consiga que no exista nada alrededor, que sea todo una península desierta y haya perdido la cuenta de las noches en vela contando estrellas por tí, me iré de vacaciones a Cancún.

CANTICOS A FANTASMAS

Y más que nada es esta soledad infinita que no logra atravesar las paredes de mi jaula de cristal, construídas desde lo más profundo de la locura. Caminas pensando en ser uno más, ser uno de ellos y verte desde fuera enjaulada, para poder adivinar de algún modo en qué te has convertido. Saber quién eres o qué quieres es muy complicado, tanto que huyes cada vez que intentas preguntártelo. Y a la vez te ves sangrando y has perdido el miedo a morir, porque en tu burbuja no existe lo irreal y lo volátil. Sólo está lo que tienes y eso es nada. ¿Cómo sentir sin saber lo que es sentir? El cómo controlar tu sentimiento es un misterio, sea cual sea éste, tu destino en la cápsula es no ser. No ser nada; ni feliz, ni no feliz: las cosas que no existen no importan. Por eso quizá, cualquier resquicio de sentimiento que hueles te emociona tanto que lo elevas al máximo y te empapas de él, como si de él la vida dependiese. Y es que quizá, en la burbuja, si que depende. Porque se te olvida lo que es confidencial y arrojas cualquier suceso que altera tu atmósfera, evadiendo de este modo las emociones que pueda provocar. Malherida y sin sentido las respuestas no caben en tu ego y te limitas a observar desde el cristal. Queriendo dominar la profundidad de tu esfera recurres a un submundo creado en la frente, donde eres capaz de manejar tu dolor y sufrimiento, adquiriendo poderes infinitos sobre la persona que en tí habita. Y sin embargo también eres dueña de la sonrisa que te invade en las visitas al exterior. En este rostro de locura incalculable, explicado en pocas palabras, piensas qué será de tí cuando mueras. Lo único que se te ocurre es que volverás a la Tierra con los cánticos que los mortales dedican a los fantasmas mientras éstos les observan por detrás de los espejos. Volverás a la Tierra en forma de quinto sueño vagabundo de los que no dejan recuerdo.

Así empieza todo

Querido Mundo:
Así empieza todo; desde el principio, desde cero, desde abajo. Cuando te miras los bolsillos y no encuentras nada. Cuando llegas a casa y no hay mensajes en el contestador. Cuando ya no tienes hambre, ni frío, ni ganas de reírte. Cuando todo lo que piensas se reduce a mirar por la ventana y a dejar que un airecillo te golpee despreocupadamente en la cara. Así empieza todo.
Me hiciste una persona llena de dudas, aunque luchadora. Quizá no está bien que yo lo diga, pero qué coño, claro que lo soy. Sólo es necesario echar un vistazo atrás. Algunos se estremecerían de saber lo que he vivido. Pues sí, es cierto. Soy la prueba viviente de que no es fácil convivir con uno mismo. Fuerza y cobardía son palabras que no tienden a mezclarse, pero en mi caso es distinto. Uno vive con sus sueños y, suena estúpido, pero hay veces que da miedo cumplirlos. Fuerza para seguir luchando por ellos, cobardía cuando los tienes al alcance de la mano. Realmente es estúpido.
Las contradicciones hacen del hombre un ser asombroso. Nunca podrás meterte en la cabeza de nadie. Nunca sabrás si entiende realmente lo que estás diciendo. Quizá lo que para ti es totalmente lógico es absurdo para el otro y eso nunca podrás cambiarlo. Cuando estiras los brazos, se hace un círculo en torno a tu cuerpo. El espacio que ése círculo abarca, es hasta donde puedes llegar. Más allá de tus manos, tú, Mundo, ya no nos perteneces. Impotencia, agobio, confusión, es lo que provoca el no poder cambiar ése alrededor tan cercano. Pero te das cuenta de que realmente es algo imposible. Es cuando abandonas. Créeme, que para mí no es fácil abandonar, ya dije que lo que más me caracteriza son mis ganas de luchar. Pero mis brazos ya no alcanzan.
Vacío. Agujero. Oscuridad. Así empieza todo. Otra vez empieza de nuevo, abandona, ya no puedes, demasiado dolor, demasiado sufrir, ninguna recompensa… lo diste todo, ya no importa, no merece la pena recordarlo. Ahora eres tú, frente a la ventana y el aire que te golpea. No hay nada en tus bolsillos, ni mensajes en el contestador.
"Quise cambiar el mundo y ahora sólo espero que él no me cambie a mí" (Noviembre) Así es como empieza todo.

Un sitio donde volver

"Grita si es lo que realmente necesitas. Levántate y corre cuando te lo pida el cuerpo. Llora si lo que sientes te resulta imposible de sostener." Es la lección que me enseñaste.
Hoy me voy, hoy te dejo. No te voy a decir que te llevo en el corazón, me he metido en los bolsillos tus pequeños encantos: en el izquierdo una nariz de payaso; en el derecho mil canciones de la misma guitarra. Hoy te dejo y es lo más difícil. No sé cuando volveré, pero según como te pedí, espero que no hayas cambiado. Hoy me voy, después de haber aprendido. Hoy ya soy diferente.